Me hizo recordar aquella película del gran
Ingmar Bergman que viera hace ya varias décadas, "
Sonrisas de una noche de verano" (
link). A la vuelta de mi casa, hace dos o tres tardes, no más, un par de espléndidas sonrisas intentaban, entre otras cosas, alegrar el ánimo de los transeúntes, quizás agobiados bajo el peso de sus transitorias preocupaciones (un día se acaban, ojo, que
tempus fugit) o simplemente por el fastidioso clima parapingüínico que asuela nuestras costas inclemente. Bueno, en este caso hay algo de marketing añadido, por un lado tratando de alegrar sus paladares y estómagos de esos transeúntes y por el otro contribuir a abultar, aunque no sea más que un poco, el bolsillo de algún honesto comerciante. La segunda sonrisa la dejo para mañana.