Al entrar en el cuarto oscuro, strictu senso "cuarto en penumbra", para votar en las elecciones internas, me topé con esta variedad de opciones y como no venía preparado, es decir con las listas de votación prontas, me asaltó una oleada de pánico. ¿Tendría que pasarme horas allí dentro, revisándolas a todas hasta encontrar las que me satisficieran? ¿Y qué pasaría entonces si me agarraba la noche, me congelaría de frío? Por un nanosegundo me pasó por las correspondientes zonas del encéfalo la peregrina idea que para evitar este tipo de inconvenientes, en aquellos países -muchos de ellos admirados y hasta envidiados por algunos que conozco- con partido y candidato únicos, no se plantea ese dilema y me pareció entender algo, fue como una epifanía: los dictadores de turno, por lo general larguísimos turnos, de esas geografías, imponen esa política para proteger a la población de las angustias que provocan las dudas, y también del frío, por supuesto. Pero no, la explicación perdió peso en otro nanosegundo y se volatilizó. Pese a lo que opina el psicólogo Gerd Gigerenzer (link) en su libro Decisiones instintivas. La inteligencia del inconsciente (link), en estos casos por lo menos, menos no es más, de eso estoy seguro.