Ayer llegamos a Indonesia por el puerto de Dumai, en el este de Sumatra. De inmediato decidimos alejarnos de ese lugar sin interés y pusimos proa hacia Butikkinggi, a diez horas de camioneta por una ruta estrecha, tortuosa y con un tránsito pesado incesante, pero en compensación, en pésimo estado. Durante todo el trayecto nuestro intrépido chofer intentó sortear estos obstáculos menores conduciendo como un loco -seguro que en sus ratos libres practicaba con una motocicleta- adelantándose en segunda fila y a toda velocidad. Al cabo de varias horas de mirar a la muerte -con forma de camión- a los faros, uno termina por acostumbrarse y me dormí. Cuando me desperté era de noche y estábamos en un lugar extraño. Buscando, semidormido, el baño, fui descendiendo una larga escalera que desembocaba en esta misteriosa entrada. Preocupado, busqué por todas partes la famosa y temible inscripción "lasciate ogni speranza vuoi che entrate", pero no la encontré. Volví sobre mis pasos, por las dudas. ¡No fue un sueño, la foto es la prueba!
Acá por Melaka pasaron los portugueses, los holandeses, los ingleses, los japoneses y luego de nuevo los ingleses, hasta que por fin los malayos se hartaron de tanta promiscuidad étnica y los echaron a todos. Pero de lo que nadie habla es que por aquí también pasaron los griegos, y para probarlo aquí va esta foto de unas ruinas helénicas junto a vestigios de otra civilización que no pude identificar, pero que obviamente estaba entre la Edad del Hierro y la Edad del Plástico.
Llevar el celular de viaje puede parecer algo inútil, pero para este hombre era una compañía, le permitía jugar al ajedrez mientras viajaba en ómnibus.
Los rituales que lleva a cabo la gente no son necesariamente religiosos, aunque sean realizados en un templo o lugar sagrado. A la entrada de la caverna principal adonde está el templo de Sri Mahamariamman, en las cuevas de Batu, cerca de KL, al tiempo que el hombre encendía un pequeño fuego sagrado, la joven turista disparaba su cámara para poner en marcha los lentos mecanismos del recuerdo.
Entré en el decadente centro comercial que queda enfrente a la entrada a Chinatown, en KL. Lo recordaba de mi visita anterior, en 2000. Ahora está venido a menos, otros shoppings lo desplazaron hasta dejarlo allá atrás. Fui subiendo por sus diversos pisos por las escaleras mecánicas y al llegar al último, creo que era el sexto, me encontrá con un lugar semidesierto, con locales en los que brillaban, solitarias y aburridas, diferentes máquinas creadas para entretener. Sentí que de alguna parte me llamaba una voz melodiosa y curioso, como siempre, comencé a buscar su origen. Parecía surgir de un sitio en el cual había extrañas cabinas con pantallas en su interior. La misteriosa voz emergía de una de ellas. Me acerqué con cuidado y entonces la vi. Estaba sola, quizás trataba de salir de su pantalla, y por eso me llamaba, para que la ayudase. Me pareció todo un poco raro y confieso que no me atreví a abrir la cabina. Creo que la dueña de la voz sigue aún alli, no lo sé, no tengo suficiente coraje para abrir esa puerta y enfrentarme a lo que sea que hay adentro.
Los chinos, a causa del tamaño de su población y la endémica escasez de viviendas, están habituados a vivir hacinados, aún hoy. En China una buena parte de la vida diaria se lleva a cabo en la calle, en la vereda, adonde la gente va a charlar con los vecinos, a realizar alguna actividad o simplemente a relajarse. En el sector chino de Kuala Lumpur, este fenómeno se da también, pese a que aquí en Malaysia el espacio sobra, pero los hábitos a veces son difíciles de abandonar. Quizás sea por ese motivo que en la pequeña jaula frente a ese restaurante en Chinatown había un buen número de pajaritos, más de los que suele verse en una jaula de esas dimensiones. Puede ser que a sus vecinos humanos el amontonamiento les parezca algo natural.
Pasé frente al templo al dios hindú Sri Mahamariammam y me encontré esta escena: tres jóvenes y bellas brujas con aspecto de estrellas de Bollywood hablando pestes de la diosa Durga, a sus espaldas, naturalmente. Que la pobre diosa tenga tres pares de brazos no me parece motivo suficiente para que le saquen el pellejo con ese descaro...
Otra imagen para mi serie de lectores de diarios.
Fue a la vuelta de mi casa, hace un mes, más o menos. Todo muy colorido, muy lindo, pero el felino ese me pareció muy esmirriado, casi raquítico. Mis gatos están mucho mejor alimentados.
Les comunico a los amables cibervisitantes de esta página, que a partir de mañana, martes 19 de octubre, estaré viajando rumbo al sudeste asiático. Pretendo continuar haciendo una entrada diaria, como es habitual, pero si en alguna oportunidad me retraso, no va a ser por desidia, sino porque me hallo realizando algún trayecto y/o no tengo acceso a internet en ese preciso momento.
Mucha gente se maneja con prejuicios porque resultan cómodos: se decide que algo o alguien es de cierta manera porque así está predeterminado y entonces ya no hace falta ponerse a analizar cada caso en particular. Por ejemplo, decir que los artesanos -post-hippies, en realidad- son un montón de vagos que se ponen a vender sus obras en lugares públicos para no tener que trabajar en serio, es un prejuicio equivocado. El emprendedor joven de la foto, por ejemplo, se halla en plena actividad, con toda su mercadería desplegada aguardando solamente por los clientes, ofreciendo un ejemplo de laboriosidad.
Elegantemente vestido con sus hermoso traje típico, el indígena guatemalteco visitaba el Museo de Arte Precolombino en Montevideo. Le costaba un poco comprender la idiosincrasia local, sobre todo la manera de pensar de los jóvenes uruguayos.
En los últimos dos meses y medio he estado ocupado, como gran parte de los periodistas de todo el mundo, con la odisea y exitoso rescate de los trabajadores de la mina San José, cerca de Copiapó, en Chile. Durante ese tiempo recordé frecuentemente mi visita, en 1989, a la mina cooperativa Pailaviqui, en Potosí, Bolivia, mucho más pequeña, pero a más de 4.000 metros de altitud. En determinado momento, por descuido mío, mi guía y yo quedamos sumidos en la más completa oscuridad en uno de los túneles, esperando durante un momento -que se hizo largo- a que viniese alguien a auxiliarnos. Fue durante el horario normal de trabajo y a los pocos minutos un grupo de mineros vino a nuestro encuentro y con ellos volvió la luz. Pero aún recuerdo la desagradable sensación de estar metido en el fondo de la tierra, en medio del Cerro Rico, envuelto en tinieblas impenetrables, aunque no fue más que durante un lapso muy breve.
Debí haber aguardado un poco más. Ahora que lo pienso, es muy probable que la señora de la vitrina hubiese estado preparándolo todo para ponerse luego ella misma a posar -en traje de Eva- junto a las otras mujeres. Esa hubiera sido la foto, realmente. No me lo perdono.
Con tantos modelitos atractivos, la pobre chica se vio acosada por terribles dudas y no tuvo más remedio que pedir auxilio por teléfono para que le diesen una mano para elegir uno. Eso es lo que yo me imagino, cualquier otra interpretación es igualmente válida.
Es posible que el sujeto estuviese esperando a que le terminasen algún arreglo en su ropa, pero me parece que de todos modos no era motivo para sentarse así, desnudo frente a la ventana, a la vista de todos los que pasaban por la calle. ¡Hay cada uno!..
En Montevideo también pueden verse, ocasionalmente, algunas muestras del refinamiento y la elegancia japonesa, pero hay que buscar un poco, es verdad. La nuestra no es una ciudad en la cual abunde esa estética despojada tan especial influenciada por el budismo Zen.
La mujer pedía limosna con dos pequeños sobre la vereda en 18 de Julio, apoyada en la fachada del que fuera el exclusivo Jockey Club, a pocos pasos de la Plaza Independencia y de la Casa de Gobierno.
Acá siempre hacemos referencia al "five o'clock tea" -el té de las cinco- de los ingleses, costumbre que también nosotros hemos adoptado, aunque actualmente tienda a perderse. Bien, una vez le mencioné eso a un compañero de trabajo británico (era escocés) y me dijo muy serio : " es four o'clock tea, el té se toma a las cuatro". Como sea, ayer pasé por esa confitería en 18 de Julio, una muy conocida, y en su vitrina a la calle estaba una invitante referencia a esa costumbre. Eran pasadas las cinco, pero estaba lleno de clientes, así que quizás empezaron a las cuatro, nomás.
Como el edificio que la alberga fue diseñado y construido en la época en que la avenida no estaba encajonada por construcciones altas, la pequeña torre ya no es fácil de percibir, haría falta más distancia para tener la perspectiva adecuada. Por suerte el sol le da una mano y proyecta su sombra sobre la pared de una caja de zapatos...es decir, disculpen, de un edificio de apartamentos vecino.
Ayer, al salir de la agencia, pasé brevemente por la Feria del Libro, que estaba siendo muy visitada y apunté con mi cámara hacia estos dos pequeños lectores, a todas vistas muy interesados en su libro.
Cuando la rutina parece abrumarnos y encaramos con desánimo la perspectiva de que todo se prolongue tal como está, con las mismas cosas repitiéndose día gris tras día gris, sin aparentes posibilidades de cambio, siempre nos queda un recurso extremo: emprender la fuga hacia otras tierras, aunque no sea más que por un tiempo limitado, que ya es algo.
A ciertas horas, en la Plaza Independencia se incrementa la actividad y aparecen grupos de protestones por diversas causas, de turistas, los viernes un grupo selecto de soldados nos tortura durante horas con los acordes disonantes de una banda militar, anda por ahí el Hombre Araña recorriendo el paraje en busca de víctimas...También pueden aparecer vendedores, como el que colocó en el suelo eso que vendía, no me pregunten qué era, conocidos que se encuentran a charlar, curiosos, fotógrafos, etc. Todo muy animado.
