No fui yo, fue él, el dinosaurio. Yo apenas me estaba paseando por el parque Rodó, frente a la playa Ramírez, que queda en la rambla sur, por si no lo saben, cuando se produjo el contratiempo. El molesto saurio, que estaba metido dentro de una caseta, yo no lo había visto, aclaro, apareció de golpe, probablemente irritado por el clic de mi cámara. No se me ocurre otra explicación. El caso es que al molestosaurio no se le ocurrió nada mejor que asomarse a ver de dónde provenía el ruidito y para eso tuvo que romper la pared. Me llevé un buen susto, debo admitirlo. Mi ya legendario coraje no da para enfrentar a un animalito de ese porte, de modo que retrocedí de modo prudente aunque veloz hasta ponerme fuera de su alcance. Pero como en ese lugar hay cámaras, temo que ahora se les ocurra cobrarme a mi el costo de reparación de la pared, maldito reptil, ¿porque no se vuelve adonde vino, qué le cuesta? (link)