jueves, 1 de octubre de 2009

Tango

Ayer los amantes del tango y el candombe estaban exultantes: la Unesco finalmente declaró ambas formas musicales "patrimonios culturales inmateriales de la humanidad ".
Entre los escasos festejos previstos se hallaba un concierto de tango programado para las 19 horas en la Explanada Municipal.
Como me quedaba de camino a casa, de retorno de la agencia, allí me planté con mi cámara a la hora señalada, como Gary Cooper.
Para entonces ya había oscurecido y la temperatura descendía la escala al galope. Por esta razón, o quizás por otra, o puede que por ninguna de ellas, el distinguido público no alcanzaba las dos docenas de personas, entre entusiastas, amigos de los músicos, gente de la organización, otro colega fotógrafo, un tipo que filmaba y yo. Una verdadera pena, porque el trío de jóvenes músicos -piano eléctrico, bandoneón y contrabajo- era excelente: músicos de conservatorio con alma arrabalera, como los de las orquestas de la época de oro del tango.
Hacía frío, el único calor provenía de los instrumentos e imperaban las tinieblas, tan solo las notas de "la liviana melodía, que sólo es tiempo", como escribió Borges, llenaban el vacío de la Explanada.
Pensé en los músicos, en cómo se sentirían, pensé en tantos horribles conciertos de rock o cumbia dados por "músicos" que apenas si saben de qué lado se toman los instrumentos, pero que convocan masas eufóricas en ese mismo lugar, ahora desierto. La vida es injusta, pero eso no es ninguna novedad.