miércoles, 30 de septiembre de 2009

El jardín

Ayer por la tarde, al salir de la agencia, decidí dar un rodeo y volver a casa por la rambla, desafiando el intenso viento, empeñado en negar la llegada de la primavera enfriando la atmósfera y forzándonos a reabrir el baúl donde habíamos guardado la ropa de invierno, esperanzados de calor.
Mientras caminaba distraídamente pensando -no sé por qué- en hipogrifos violentos que jugasen parejas con el viento, me encontré de improviso con algo inusual. En medio de los grises edificios art déco plantados frente al mar como murallas, había un jardín de lujuriosa vegetación entre la cual parloteaba alegremente un colorido papagayo. Un pequeño estanque de aguas limpias y calmas reflejaba las nubes desgarradas por la sudestada y hasta se podía apreciar en la vuelta un par de rocas negras circulares, probablemente el esbozo de un futuro jardin de estilo Zen.
Las ciudades, hasta aquellas que pensamos conocer mejor, suelen sorprendernos con cosas como esta, incluso sospecho que lo hacen a propósito porque se lo toman como una especie de juego.