miércoles, 15 de julio de 2009

La feria de Alejandría

Llegué a Alejandría, en Egipto, durante el Ramadán. Sentía curiosidad por ver qué quedaba de la legendaria ciudad que inspiró el famoso "cuarteto" de Durrell y los poemas de Kavafis, entre otras muchas cosas.
Obedeciendo los preceptos musulmanes, nadie comía, bebía, fumaba o mantenía relaciones sexuales durante el día, desde que se ocultaba la última estrella, hasta que reaparecía la primera, al atardecer. Luego, se mataban comiendo.
Yo tampoco bebía ni ingería alimento alguno para solidarizarme con mis anfitriones. Cuando caía la noche esperaba en algún restaurante con los egipcios, sentados en nuestras mesas con los platos ya servidos, pero sin tocarlos, con la radio encendida para escuchar a los imanes recitando el Corán. Cuando oíamos decir "Allahu Akbar" tres veces seguidas, nos lanzábamos sobre la comida y durante unos momentos en el restaurante únicamente se escuchaba el batir de las mandíbulas de los comensales.
Luego de comer me iba caminando hacia el norte, adonde había descubierto, en un gran descampado, una feria de diversiones absolutamente "felliniana".
Prestidigitadores, adivinadores, puestos de tiro al blanco, calesitas y demás, estaban instalados en medio de un conjunto de carpas raídas, decoradas con imágenes que parecían salidas de los pinceles de algún artista sumamente naif, pero que en la oscuridad apenas interrumpida por las bombillas eléctricas, lucían adecuadas.
Reinaba una alegría contagiosa y como yo era el único extranjero en la vuelta -hacía pocas semanas se había producido la terrible matanza de turistas en Luxor y Egipto había quedado vacía de viajeros- todos me mimaban y se reían conmigo. Guardo el mejor de los recuerdos de esos días y unas cuantas fotos que no me canso de mirar.