Me interné en la maleza pisando con cuidado la hojarasca para no hacer ruido, sin que mi presencia fuese notada nada más que por los pájaros, que durante un momento silenciaron sus trinos, brevemente alarmados por mi osada intrusión. Tras hallar un lugar desde el cual podría observar sin ser visto un claro en el bosque, me dispuse a esperar. Al cabo de un rato y ya con los pajaritos enfrascados otra vez en una entusiasta algarabía, pude observat a gusto a las figuras que se desplazaban ante mis ojos. Dos de ellas me llamaron la atención algo más que las demás, Estoy casi seguro de que se trataba de dos musas. Una de ellas, muy probablemente una musa del pedal, cuya tarea encomendada por los dioses era, puedo apostar a ello, inspirar a los ciclistas a patalear con entusiasmo montados en sus esbeltos birrodados. La otra, una musa amiga, de qué, ni idea, uno no puede saberlo todo, joder.