Cuando era niño, los celosos educadores responsables de mi formación cristiana, nos repetían incansablemente cual mantra que "el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones". Es obvio que sus palabras no cayeron en saco roto, al menos en mi caso, pues cuando hace unos días me encontré frente a este curioso sendero que llevaba hacia algún lugar no muy claro, pensé: "¡Este camino ni siquiera está empedrado, así que debe ser aún peor que aquel al que se referían los curas!. De modo que me di media vuelta y me fui, que vayan a pescar a algún otro tonto.