Nepal-7
En la medida en que la vida se desarrolla normalmente en toda la zona
histórica, una vez que se han ido los turistas la ciudad recobra su atmósfera tan sugestiva. En la plaza principal, Durbar Square, se escucha música, a veces proveniente de las casas de venta de CD vecinas, pero también de flautas, de campanas y de tambores entonando música
religiosa. Como el alumbrado público es escaso, no bien se pone el sol las tinieblas lo invaden todo y solamente la interrumpen las luces de los
comercios. Las calles son limpias y no se ven casi vacas como en la India. En cambio hay más
perros que en otras ciudades y nadie parece llevarles el apunte: en un rincón
de la plaza estuvo tirado todo el dia el cadáver de un can, pero quizás simplemente nadie se dio cuenta.
A eso de las seis de la tarde. todavía muy temprano para cenar, tomo un chocolate en el restaurante Marco Polo, para aprovechar de la luz y la mesa para escribir mientras disfruto de la vista que ofrece la plaza sumida en la penumbra. Pregunto a qué horas cierran, para volver, y creo entender que me dicen que a
las diez. Cuando regreso, a las ocho, ya está cerrado al igual que los comercios
vecinos, o están en eso. Me veo obligado a cenar en el hotel una comida
insípida, ni siquiera la salsa de chile es picante. Hace frio, más que en Kathmandú, aunque estamos a la misma altitud, 1.400 metros.
Como no he visto en ninguna otra parte, en Nepal se entremezclan lo sagrado y lo profano
Los juegos pueden reunir a la gente, o excluirla