Antes de ayer, en los momentos previos a la celebración, virtual, como se sabe, de la 25ª Marcha del Silencio por los desaparecidos, mientras tomaba esta foto, pensaba que el joven del cartel aproximadamente tendría mi misma edad cuando lo asesinaron. Y ahora yo estaba allí, 43 años más viejo, recordándolo a él y a los otros, casi doscientos, víctimas de una banda bien organizada de criminales que los torturaron, mataron y desaparecieron con excusas inaceptables, además de deshonrar en passant su uniforme y las armas que la sociedad les había confiado para que la defendiesen. Pero él no.
Podría haber sido a la inversa; yo no militaba entonces en ninguno de los grupos que fueron el blanco del terrorismo estatal, pero ya se sabe que de todos modos y por definición la arbitrariedad no tiene reglas.
Las luces de los coches y de los luminosos se difuminan en la distancia a medida que la oscuridad noche parece querer ocupar todo el recuadro de la imagen, pero lo que no va a desaparecer tán fácilmente es su memoria. Mientras estemos vivos, no olvidaremos.