Agra
Salgo a pie hacia el Fuerte Rojo, uno de los lugares famosos de Agra junto con el Taj Mahal y por el camino atravieso la parte antigua de la ciudada, adonde está el mercado. Aunque visualmente fascinante, es un espanto de suciedad y miseria. Ya en el Fuerte Rojo, decido no entrar: la admisión cuesta 20 rupias (poco menos de medio dólar) para los indios y 250 rupias (5 dólares) para los estranjeros, aparte de extras por las cámaras, etc. Es la oficializacion de la actitud de los conductores de rickshaws, o sea que los extranjeros están para ser robados descaradamente. Sigo hasta el Taj Majal, esquivando como puedo mendigos, taxistas y vendedores al acecho, todos desesperados por sacarme algo. Alli es el mismo esquema, con el agravante del portón electrónico de seguridad, junto al que hay que dejar cualquier equipo electrónico y recogerlo a la salida. Pienso en mi fotómetro, la única pieza de mi equipo que lleva pilas, absolutamente necesario, miro la larga cola y decido seguir de largo.
Por suerte siempre hay dioses benévolos a mano
Tras ver las carnicerías, sin heladera y ni siquiera fiambreras, como
había antes en campaña, uno no puede más que volverse vegetariano.
Unos muchos y otros nada y eso no es casualidá...
La zona comercial luce un tanto revuelta
Permanentemente tengo problemas cuando voy a pagar por algo o por un servicio, siempre me quieren estafar. Por ejemplo, un vendedor me
cobra dos veces y media el precio habitual por un helado. No me puedo contener
y se lo digo, el caradura simplemente me ofrece un poco más en compensación. Más tarde se lo
comento, molesto, a el taxista con el que ha arreglado para que me lleve mañana al
aeropuerto y este me responde que es "debido al color de mi piel", mientras se
señala el antebrazo. Me quedo el resto de la tarde encerrado leyendo y
tomando té en mi habitación.