Esta tarde el rayo de la muerte volvió a paralizar la ciudad mediante sus infames esbirros, las pantallas. Salí a hacer algunas compras a través de unas calles poco menos que desiertas y con sus gentes con el corazón estrujado por la garra del miedo clasificatorio. Por suerte llevaba mi cámara protectora y conseguí escpar indemne del hechizo. ¡Una vez más, gracias, Niépce!