Ayer, cuando salí de la agencia rumbo a casa, al pasar por la plaza del Entrevero vi que estaban los habituales bailarines de tango de los fines de semana. Hacía un frío de perros, o como dicen los franceses, de patos, de modo que muchos de ellos estaban bien abrigados. La señora del primer plano, para levantar un poco los ánimos en esa tarde gris, tenía puesta una bufanda de vivos colores. A mal tiempo, colores vivos.