La torrecilla, arrinconada allá arriba por los prepotentes edificios circundantes, más nuevos y elevados, trataba de permanecer desapercibida, ya que no de perfil bajo. Pero el sol del atardecer, siempre burlón y bien dispuesto para las bromas, la dejó en evidencia. Es que por debajo de la ciudad moderna -en este caso, más bien por arriba- es posible encontrar trazas de otra ciudad, la de nuestros antepasados e incluso la nuestra propia de no hace tantos años.