
El lector de la foto, a quien ya había visto antes por la vuelta esgrimiendo un libro, sentado en un banco de una temporalmente solitaria Plaza Independencia, lucía como un náufrago en una isla desierta. Pero estoy seguro de que él mismo no percibía la soledad, porque estaba muy ocupado asomándose a una ventana de papel que le permitía vislumbrar otros mundos, lejanos y atrapantes.