
En el camino nos cruzamos con el elefante, que avanzaba raudo y agitando su cola con energía y buen ritmo. Al adelantarlo, el conductor del rickshaw no se inmutó, fuere por fatalismo o porque realmente no había de qué preocuparse, pero yo, mientras pasábamos junto a esa mole gris, rezaba para que el paquidermo no sufriese ningún tipo de transtorno digestivo, al menos mientras estábamos detrás suyo.