La playa estaba colmada de bañistas cuando comenzó a llover, primero suavemente, como pidiendo permiso, y tras algunos titubeos, con más fuerza, marcando presencia, definitivamente. En pocos minutos la arena húmeda quedó desierta y mientras la lluvia caía con cada vez más fuerza y la ciudad, a lo lejos, comenzaba a ocultarse tras un velo de agua, de pronto salió la luna, una luna llena espléndida, tan sólo unos pocos pasos delante de mí.O eso me pareció, al menos, en ese momento; estaba demasiado ocupado ajustando el paraguas para que los goterones no me empapasen la cámara.