domingo, 3 de enero de 2010

Recompensa

La recompensa tras tantos sustos fue harta: llegar a Leh, la capital de Laddakh, recorrer sus calles polvorientas, 4.000 metros más cerca del cielo que al nivel del mar y dejar que los ojos se extraviasen entre tanto asombro fue como volver a ser niño y ensoñar con tierras de prodigios, algo más que suficiente. El encuentro, no choque sino diálogo, de tres culturas, la india, la del los tibetanos emigrados que conformaron el original reino de Laddakh, el "pequeño Tibet", hoy anexado a la India y la mía, con mis prejuicios, -no todos negativos, por cierto- me produjo una vez más el delicioso escalofrío del descubrimiento. Vovía a confirmar la frase del emperador Pompeyo a sus recelosos marinos, Navigare necesse est, vivere non est necesse.
¿Y en el fondo, para qué queremos vivir si podemos soñar? Somniare necesse est...