
Luego comencé a viajar un poco por ahí y a pensar que aquello que veía en otras partes casi siempre era más interesante, por diferente o por exótico, y al volver a casa encontraba mi mundo más bien anodino y carente de interés.
Continué recorriendo el mundo y fotografiándolo; aún tengo motivos válidos para meterme el pasaporte en el bolsillo de vez en cuando, tomar la cámara y salir a recorrer esos mares de España una vez más. Sin embargo, mi visión ha cambiado y ya no necesito cruzar las fronteras para encontrar temas fascinantes que encuadrar con mi cámara. Basta que algo, la corteza de un árbol o el balcón de una casa vieja, como en este caso, sean iluminados de determinada manera por algún rayo extraviado del sol del atardecer, por ejemplo, para volver a sentir el placer de haber descubierto algo precioso.
Sin duda soy afortunado, porque esto último es mucho más sencillo y económico que andar corriendo detrás de aviones, barcos o trenes .