sábado, 9 de enero de 2010

La ventana II

Cuando comencé a fotografiar, hace ya muchos años, disparaba mi cámara hacia casi todo lo que me rodeaba. Quería ver cómo quedaban las cosas después de fotografiadas, como dijo el gran fotógrafo Gary Winogrand, que se dió cuenta muy pronto del impulso que lo motivaba a apretar el obturador.
Luego comencé a viajar un poco por ahí y a pensar que aquello que veía en otras partes casi siempre era más interesante, por diferente o por exótico, y al volver a casa encontraba mi mundo más bien anodino y carente de interés.
Continué recorriendo el mundo y fotografiándolo; aún tengo motivos válidos para meterme el pasaporte en el bolsillo de vez en cuando, tomar la cámara y salir a recorrer esos mares de España una vez más. Sin embargo, mi visión ha cambiado y ya no necesito cruzar las fronteras para encontrar temas fascinantes que encuadrar con mi cámara. Basta que algo, la corteza de un árbol o el balcón de una casa vieja, como en este caso, sean iluminados de determinada manera por algún rayo extraviado del sol del atardecer, por ejemplo, para volver a sentir el placer de haber descubierto algo precioso.
Sin duda soy afortunado, porque esto último es mucho más sencillo y económico que andar corriendo detrás de aviones, barcos o trenes .