lunes, 7 de diciembre de 2009

El mar III

En 1998 viajaba por Egipto y fui a visitar Alejandría durante algunos días. Iba tras las huellas de los romanos, de Cleopatra y de la legendaria (e ígnea) Biblioteca, pero también tras los pasos del poeta Kavafis, de Forster y, por sobre todo, de la mítica ciudad inventada por Durrell en su famoso cuarteto.
Fue poco después del terrible atentado de Luxor, cuando casi sesenta personas, casi todos turistas suizos, habían sido asesinados por extremistas y todo viajero que no tuviese nada imperativo que hacer en el país lo había abandonado a las prisas. No había turistas. Para completar el panorama, corría el Ramadán y todo el mundo ayunaba durante el día -incluso yo- y estaba de mal humor.
Yo viajaba solo, Egipto es un país con costumbres muy distintas a las nuestras y no conseguía comunicarme muy bien con la gente, por lo que estaba comenzando a sentirme deprimido.
Durante una de mis recorridas llegué hasta el borde del mar y de pronto me sentí a gusto, había encontrado a un viejo amigo.
Recordé las palabras de Durrell en Justine sobre el mar en Alejandría: "En la gran calma de estas tardes de invierno hay un reloj: el mar".
Ya no me sentía solo.