El anciano era un asiduo cliente del viejo café Sorocabana, en la plaza Libertad. En otra ocasión conversamos brevemente. Yo estaba charlando en una mesa vecina con un amigo acuarelista que había estado dibujándo unos caballos en una servilleta de papel, y cuando éste se retiró, el hombre me dirigió la palabra.
Me preguntó si me gustaban los caballos y cuando le respondí afirmativamente me dijo que a él también, me contó que era ruso y que en su juventud había sido oficial de la caballería zarista. Esto último explicaba su aire aristocrático, pensé.
No hablamos mucho más, yo no quería importunarlo. Fue un error.
A lo largo de los años, en contadas ocasiones me he cruzado con personas que parecían pertenecer a otra época, que tenían historias probablemente apasionantes que nunca escuché porque no me tomé el tiempo para hacerlo o no hice las preguntas adecuadas.
Cada individuo al morir se lleva consigo para siempre un mundo de recuerdos, muchas veces únicos. Como el androide de la película "Blade Runner", de Ridley Scott, basada en una novela de Philip K.Dick, que cuando se siente morir, no se lamenta de dejar la vida, sino más bien de que los recuerdos de las cosas increíbles que vivió se perderán para siempre, como se perderán sus lágrimas bajo la lluvia.
Una buena razón para continuar fotografiando.