sábado, 15 de agosto de 2009

Exceso

Cuando vi al librero rodeado de todos esos libros pensé que esa es una profesión ideal para los lectores obsesivos como yo, con todas esas opciones diferentes al alcance de la mano.
Después se me ocurrió que quizás no fuese tan así, porque me acordé de mi gato Isidoro.
Resulta que a mediados de los setenta mis padres tenían una casita de playa en Aguas Dulces, precisamente frente al mar, adonde todos pasábamos una parte del verano.
Un día decidimos llevarnos también a Isidoro, el gato de la casa, a que tomase sus vacaciones con nosotros. En aquellos tiempos no había arcilla especial para los felinos e Isidoro hacía sus necesidades en un balde con arena que recogíamos de la playa.
El caso es que al llegar al balneario y comenzar a reconocer el terreno, el gato de pronto descubrió las dunas que rodeaban la casa y, supongo que por costumbre o mero reflejo pavloviano, se puso a orinar. Iba de un lado al otro, con tanta arena su pequeña vejiga no daba abasto, moviéndose de acá para allá, haciendo pis en todos lados, mientras nosotros no podíamos más de risa.
Pues bien, se me ocurrió que quizás el pobre librero tampoco podía con tanto libro, la oferta excesiva de algo que nos gusta también puede llegar a ser ser un inconveniente.