
Cuando este espejo pasó a mi lado cargado por un deconocido, en pleno centro de la ciudad de México, instintivamente lo encuadré con mi cámara, y de inmediato ocurrió lo inevitable: dejé de saber dónde estaba el mundo real y dónde comenzaba el virtual.
Hoy en día, con esto de internet, he dejado de preocuparme, pues el límite entre lo real y lo virtual es cada vez más tenue y confuso y creo que no vale la pena preocuparse por algo que de cualquier modo no podremos resolver.