
Permaneció todo el tiempo tristemente callada. Otras mujeres que se le parecían la ayudaron a ponerse un traje de novia de aspecto tan humilde como ella, tras lo cual se puso en la cola para cumplir el ritual de hacerse fotografiar en el santuario para conservar una huella tangible de su pasaje por el lugar.
No sé si iba a solicitar una gracia o a "pagar una promesa" por un pedido satisfecho, en todo caso ningún hombre la acompañaba. Pude habérselo preguntado, ya no lo sabré nunca.
Aún hoy, la imagen de esa mujer humilde y todavía joven, pero ya envejecida, enfundada en su blanco traje de novia, por alguna razón me provoca un sentimiento mezcla de tristeza y ternura, quizás porque me recuerda un poco a los personajes de las novelas de Graciliano Ramos.