
La correspondiente a Rio de Janeiro -él residía más al norte, en Vitória- le acababa de regalar una jaula con un pajarito y cuando le tomé la foto Caldeira estaba encantado porque el animalito, pasado el susto de verse rodeado de tanta maquinaria ruidosa, había vuelto a cantar.
Estábamos mar adentro, el pajarito cantaba tras los barrotes de su jaula y nosotros reíamos, encerrados por la estructura metálica de nuestro barco, de nuestro difícil y por momentos peligroso trabajo y del mar que nos separaba de tierra y de nuestras familias, cada quien en su propia jaula.