Había estado caminando todo el día, yendo de una acera sombreada a la otra para evitar la furia ultravioleta de Helios y me sentía un poco cansado por falta de entrenamiento. Pero una vez de retorno en casa lo pensé mejor y se me ocurrió que ir a fotografiar al atardecer en la rambla sur podría ser una buena forma de terminar el día.
La rambla era un mar de gente, un mar agitado enfrentado a un río calmo, y como nada me hace más feliz que andar cámara en mano a la procura de aquella imagen que haga que valga la pena haberme levantado por la mañana (más bien cerca del mediodía, para ser honesto), decidí comenza frente al Parque Hotel y llegar hasta el dique Mauá, siempre al acecho de la sorpresa, como me gusta decir. Ví las mismas cosas de siempre, iguales pero distintas, como suele ocurrir. Esta es una de las primeras imágenes que me gustan de entre las que tomé.