Exhausto tras una noche de desenfrenado escabio por los bodegones de los arrabales del Olimpo, Zeus se entrega al divino descanso, mientras su consorte Hera vigila atentamente el entorno, no sea cosa de que alguna de las habituales ninfas que suelen girar, sin siquiera molestarse en disimularlo, alrededor de su olímpico consorte, se arrime demasiado. Entretanto, allá abajo, en la falda del monte, pequeñas figuras se afanan en épicas, aunque vanas batallas, acuciados, sin saberlo, por la desesperación que les provoca la consciencia de su irremediable finitud.
Para decirlo en criollo: en el Olimpo, Zeus duerme la mona tras una noche de farra, mientras la desconfiada Hera vigila por si se arrima alguna de las atorrantas amigas de su marido, ajena al barullo que hace la gentuza que se pelea por estupideces sin importancia allá abajo.