Fue poco después de la terrible masacre de Luxor, en 1998, cuando terroristas de un grupo islámico radical asesinaron a 62 personas, casi todos ellos turistas, en ese sitio arqueológico. A resultas de ello, el flujo de turistas a Egipto se cortó abruptamente y éramos muy pocos los extranjeros que recorríamos el país, lo que hizo que pudiera pagarme un pasaje en un crucero que recorría el Nilo desde Luxor a Asuán, ya que estaban casi todos los buques inactivos. Durante una de las paradas, nunca supe bien dónde, no hablo árabe ni los egipcios que me rodeaban alguna de las pocas lenguas que conozco, ese simpático guía me señalaba con insistencia algo a lo alto de una pared colmada de jeroglificos en un majestuoso templo cerca de la orilla del río. Al pricipio creí que se trataría de algún símbolo con un significado algo espiritual o trascendente, pero cuando bajé la cámara y miré con atención, descubrí una figura humana de perfil, con la característica perspectiva lateral de los jerogíficos egipcios, que exhibía un enorme falo erecto, en una actititud cuya finalidad se me escapó. Supongo que para el guía el asunto era, si no espiritual, al menos trascendente y me lo señalaba con evidente orgullo y posiblemente incluso con algo de humor malicioso, como diciéndome "mirá a lo que se dedicaban mis ilustres antepasados escultores". Serían algo así como unos lejanos antepasados de Boccaccio y su célebre Decamerón (link). Hoy en día el nivel de algunas representaciones gráficas ha descendido bastante de nivel y esas figuras con falo erecto suelen verse más bien adornando las paredes de los baños públicos masculinos.