El hombre estaba distraído mientras esperaba que algún cliente le comprase una manzana acaramelada o un copo de algodón de azúcar. Parecía absorto, con su mente ocupada en quién sabe qué cosas, menos en lo que en ese preciso momento debería haber estado pensando, en el peligro aterrador que se cernía a sus espaldas. Como el saurio no parecía muy amigable, sin aguardar el desenlace de la apremiante situación decidí tomar las de Villadiego, no sin antes oprimir el obturador de mi fiel cámara, por las dudas. Ignoro lo que pudo haber ocurrido después.