Cuando era más joven, mi amigo Black, el perro de unos vecinos en Piriápolis, cruza de labrador con alguna otra raza, solía perseguir autos y motos cuando lo soltaban por las noches a que cuidase la vecindad. Como esa actividad le creó no pocos problemas, incluso al exagerar su celo protector y asustar a varios peatones, terminó recluido en su casa la mayor parte del tiempo. Ahora que su hocico comienza a pintar canas, se ha vuelto más contemplativo y cuando lo sueltan, algunas noches, reserva sus energías para los birrodados de los repartidores de comida basura y a mantenerse atento para detectar cualquier conducta extraña al barrio, como si fuese un amable cancerbero.