Fue hace casi treinta años y viendo la imagen nuevamente, me parece que fue ayer. Los fieles estaban preparándose para una celebración el Sábado de Gloria de 1994 en la pequeña plaza del antiguo y diminuto poblado de Goiás Velho, en el estado brasileño Goiás. Había ido a fotografiar para mi proyecto sobre religiosidad popular en latinoamérica durante tres o cuatro días y recuerdo bien algo: no había turistas. Prácticamente los únicos llegados de afuera éramos algunos parientes de los residentes locales que aprovechaban para ver a los suyos y nosotros dos, mi mujer y yo. Se trataba de un mundo evanescente, que era casi como en la época de los orígenes mismos de los viejos rituales, lo que nos permitió vislumbrar, repitiendo una vez más una frase de Borges que me gusta mucho, un pasado irreal que de algún modo es cierto.