La única vez que estuve en Nueva York, que no me resultó una ciudad tan atractiva como esperaba, desayunaba en una cafetería en la avenida Broadway muy concurrida y animada. Allí, frente a una simple taza de café y alguna cosita para comer, como una porción de torta y nada más, contemplaba asombrado la enorme cantidad de comida que ingerían los locales. El muchacho a la derecha en la foto, por ejemplo, tras tomar una o dos tazas de café, ordenó un plato enorme de cosas fritas y demás, me imagino que, aunque no eran más que las diez de la mañana o algo así, no habrá sentido apetito hasta la hora de la cena, pero por supuesto, nunca se sabe.