jueves, 14 de mayo de 2020

Tapabocas

Ocurrió en 1980, estando de viaje por Marruecos, más precisamente en Casablanca, adonde había ido con la esperanza de tomarme unas copas en el Rick's de Humphrey, que finalmente no pude encontrar. Pasé, en cambio, frente a esta confitería de aire occidental a través de cuya ventana al frente vi, sentada en una mesa, toda una familia local. El jefe del hogar (sí, era el jefe, mandaba él y los demás acataban, que si no...) vestía a la europea, pero su esposa lucía, además de la chilaba de rigor, un blanco tapabocas. Recién estaba acostumbrándome a ver mujeres veladas y miraba fascinado como esta, con la gracia que otorga la práctica, se lo levantaba a cada rato para beber de su taza de té. Durante los años siguientes, viajando por países islámicos, pude ver, no sin cierta incomodidad, infinidad de mujeres con todo tipo de velos. Siempre me pareció injusto que las obligasen a taparse el rostro, hasta que ahora, por fin, el coronavirus igualador obliga a todos los miembros del sexo que se les ocurra a utilizarlo para evitar inconvenientes innecesarios, como la enfermedad, la acechante muerte y demás.