Me enteré a través de un artículo publicado en Brecha la semana pasada (link) del fallecimiento de mi amigo Alejandro Casares, ocurrido hace poco tiempo atrás.
Con Alejandro nos vimos bastante a menudo a inicios de los 80, cuando yo trabajaba en el mar durante períodos de seis o siete semanas y volvía al Uruguay a descansar por un tiempo más o menos igual, durante el cual no tenía horarios que respetar y me dedicaba libremente a la fotografía. Mi amigo era un tanto particular, a veces pasaba a visitarme las tres de la mañana y charlábamos durante horas. Yo lo llamaba "el último de los bohemios". También poseía un gran sentido del humor. Me pidió que lo retratase frente a esa pileta en una casa de remates de unos amigos suyos en la Ciudad Vieja. "Quiero que me saques una foto frente a esta pileta mugrienta que simboliza la sociedad inmunda en la que vivimos", me dijo. Y creo que esta imagen lo pinta como era. Lamentablemente, por diversas razones fuimos dejando de vernos hasta que le perdí el rastro. Ahora escribo estas líneas frente a un hermoso grabado suyo que me regaló en agradecimiento por una serie de fotografías que le tomé y que me ayuda a recordarlo con frecuencia, aunque lo mejor que me quedó fue el recuerdo de su amistad y de las largas y muy gratas charlas que mantuvimos durante esos años.