sábado, 10 de noviembre de 2012

Sudestada

Ayer las predicciones de los augures meteorológicos eran tajantes: siniestros vientos provenientes del sur se acercaban malignos a nuestras desprotegidas costas y era conveniente tomar precauciones, e incluso para los excesivamente medrosos, hasta hacer testamento, si les parecía. Atemorizados por la inminencia de la tragedia y a medida que Eolo se encarnizaba con la tacita de plata, el pánico iba cundiendo entre sus pobladores. Los autobuses corrían a esconderse en sus refugios como paquidermos asustados a través de las calles desiertas, y un solitario carguero se apresuraba a entrar al puerto antes que le cerrasen la puerta.