Sentada frente al laguito del Parque Rodó, la pareja miraba con nostalgia hacia el castillito en la otra orilla y comentaba lo que esa vista le sugería a cada uno de ellos. El hombre, imaginativo, pensaba en el tiempo en que los caballeros andantes cruzaban su pequeño puente levadizo, camino a rescatar alguna princesa de las garras del molesto dragón zonal. La mujer, más práctica, le replicaba que ella se imaginaba más bien la época en que los cobradores del castellano atravesaban la misma puerta para ir a recorrer el feudo a exprimir aún más a sus famélicos siervos y conseguir más dinero para alguna fiesta, o para encargar nuevas y más ostentosas armaduras para los inútiles que se hacían llamar caballeros, o si no para ir a participar de alguna cruzada bendecida por el papa de turno y condenada al fracaso incluso desde antes de comenzar.