
Lo vi en el cementerio de Sucre, en Bolivia, en 1989. El hombre recorría el lugar colocando escaleras, una aquí, otra allá. De inmediato comprendí que lo hacía para ayudar a las almas de los recién sepultados a que ascendiesen a los cielos más rápido. Era lo que en la jerga de los cementerios se conoce como un "facilitador".