Nunca supe su nombre. Estaba fotografiando el jardín de su casa desde la calle, una calle de intenso tránsito en la cual la vieja casona con estatuas de mármol junto a la entrada desentonaba como una máquina de coser junto a un paraguas sobre una mesa de disección (¿de dónde habré sacado eso?). Cuando el dueño de casa se asomó a ver qué pasaba, la sensación de haber dado un salto atrás en el tiempo se acentuó aún más. Estaba vestido con una vieja
robe de chambre que habría debido pasar a retiro hacía tiempo y lucía una barba patriarcal que se acariciaba mientras charlaba conmigo amablemente de una cosa y otra, con la impresión de tener todo el tiempo del mundo por delante.