Atravesaba cautelosamente el arrozal hacia las viviendas, cámara en mano, en procura de algo que fotografiar, cuando de pronto, con un salto impresionante, el tigre se plantó frente a mí, impidiéndome el paso.
"¡Roar!" -dijo con estudiada elocuencia, y ante ese inesperado desborde de bestialidad, me di por perdido.
El felino se acercó más con las fauces entreabiertas -no sé si para que le viese los largos colmillos o si sonreía- y cuando yo ya esperaba el salto final, me espetó, envuelta en su fétido hálito de fiera carnicera, la temida frase: "Taxi, Sir? I can take you everywhere!"
Recuerden mi consejo: nunca se adentren por un arrozal en Bali sin la compañía de un buen guía; pueden tener encuentros desagradables.