sábado, 12 de junio de 2010

Ciudad fantasma

Ayer, durante el partido contra Francia, Montevideo se convirtió, cumpliéndose así los ominosos vaticinios, en una ciudad fantasma, una Comala como la de Rulfo, pero secretamente habitada por almas esperanzadas, clavadas frente a los televisores por obra y gracia del rayo paralizante que llegaba desde Sudáfrica como si fuese obra de los malignos Klingon.
Durante casi dos horas, las calles estuvieron desiertas, y lo único que se movía en ellas eran esas pajas redondas que el viento arrastra junto con el polvo en las películas de vaqueros.
En las casas, cafés y almacenes, en cambio, palpitaba el corazón de los uruguayos como en el pecho de las estatuas de piedra en Los visitantes de la noche (Marcel Carné, 1942), pero al final, empate mediante, las cosas retornaron a su aburrida cotidianeidad. Hasta el próximo partido, por supuesto.