sábado, 20 de febrero de 2010

Potala

Acababa de llegar a Lhasa, capital del Tibet, desde el aeropuerto, situado a 90 kilómetros de distancia, nada menos. A pesar de los 4.000 metros de altitud, me sentía espléndidamente, así que largué el equipaje en el hotel y salí corriendo, o al menos, caminando deprisa, a beberme la ciudad de un trago con los ojos.
Frente al antiguo palacio del Potala, que fue la residencia del Dalai Lama (y de sus predecesores) hasta que abandonó el país, peregrinos venidos de quién sabe qué recónditos lugares, vendedores de recuerdos y turistas generaban un movimiento continuo que por momentos se parecía a un ballet, las escenas en el visor se iban armando solas y la cámara se disparaba, también por su cuenta, como en este caso. ¡No fui yo, lo juro, fue el Ello!