viernes, 15 de enero de 2010

El anciano de las zapatillas rojas

Tomé esta foto ayer, como una suerte de continuación de la que colgué esa misma tarde (y también de toda una secuencia realizada a lo largo de los años). Viene a ser como un poco de lo mismo, pero enfocando el otro extremo de la vida.
Este anciano con su abundante barba blanca, su gorro de lana, sus incongruentes zapatillas rojas de muchacho a la moda y su bastón podría, en otro contexto, más bucólico o tradicional, digamos, ejemplificar la ancianidad de una manera digna. Pero no en estas circunstancias.
Sus ropas son raídas y a su lado, fuera de cuadro, lo acompañan un par de sucios perros callejeros, extendidos sobre la vereda, vencidos por el calor de la media tarde.
Seguramente no posee nada, o muy poco, que es casi lo mismo. Dormita, espera. ¿Con qué sueña, con comida, con unas monedas, con alguien, con una mujer quizás? ¿Una mujer como la de la foto sobre la cual apoya su espalda todavía recta, una mujer entrada en años que parece querer decir con su sonrisa que la vida aún vale la pena ser vivida? Dos extremos de la vejez reunidos por el azar, la idealizada y la suya, real y triste.