martes, 22 de septiembre de 2009

Objeto cercano

La tarde está calma en el desk de la agencia. El flujo incesante de noticias buenas, malas, trascendentes o banales parece haber cedido, no sabemos por cuánto tiempo. Mi compañero Pablo se olvida por un momento de sus pantallas y abre su libro, sumergiéndose en sus páginas con tal concentración que no nota mi presencia girando a su alrededor, cámara en mano, buscando el ángulo adecuado, a la caza de otra imagen para mi serie de lectores. Apenas si al oir el disparo del obturador levanta la vista por un instante y esboza una sonrisa, como para decirme que me pescó in fraganti, pero enseguida vuelve a clavar la vista en su página y me olvida.
Para los lectores que hemos crecido junto a los libros de papel, las páginas electrónicas no son más que brillantes espejismos. Hay que acercarse a las pantallas para leer, pero al libro uno lo atrae hacia sí, acaricia sus páginas, siente su peso en las manos.
Los libros convencionales ocupan espacio en los estantes, pesan demasiado en la maleta del viajero y cuestan más que los electrónicos, pero aún no ha llegado el día en que los Sony Readers, Kindles y demás sutilezas electrónicas los alejen para siempre de nosotros.