sábado, 8 de agosto de 2009

El pintor y su gato

Una tarde fui a retratar al pintor Américo Espósito, uno de los dos o tres sobrevivientes que quedaban del famoso Grupo de los Ocho.
Aunque no habíamos hablado personalmente nunca, me abrió las puertas de su casa como si nos conociésemos desde siempre. Era un pequeño apartamento en el centro de Montevideo, de estilo antiguo, atiborrado de libros y pinturas y que compartía con su viejo gato, pues había enviudado hacía algún tiempo.
Durante un buen rato hablamos de todo un poco. Tenía una faceta mística que me tomó un poco por sorpresa, pero cuando pasamos a hablar de pintura y de pintores, la conversación se puso más interesante.
No me lo dijo, pero me pareció que era un hombre solitario deseoso de conversar sobre los temas que lo apasionaban y que mi breve visita era bienvenida. Nos despedimos como viejos amigos y me prometí volver a visitarlo en otro momento para mantener otra charla igualmente amena.
Como tantos buenos propósitos, éste también se fue postergando hasta que un día alguien me dijo que había muerto y ya no pudo ser.