domingo, 23 de agosto de 2009

Certamen de belleza

Aunque aprecio la belleza femenina, los concursos de belleza siempre me parecieron una manifestación de imbecilidad, así que cuando me ofrecieron fotografiar el certamen de belleza de Punta del Este, me pareció una buena oportunidad para poder expresar visualmente mi opinión al respecto.
Fue una experiencia interesante: un conjunto de chicas bastante monas desfilando como ganado -un ganado fino- delante de un grupo de babosos que hacían de jurados y con ojos de presuntos conocedores evaluaban sus curvas, redondeces y balanceos para decidir de forma implacable e inapelable, como el espejo de la bruja de Blancanieves, cuál de todas ellas era la más hermosa.
Entretanto, el selecto público se deleitaba con las evoluciones de las aspirantes a misses y con el champán bien frappé que les servían, los hombres mirando a las pretendientes con ojos muchas veces brillantes de lascivia, como lobos ante las ovejas, y sus respectivas mujeres sin poder ocultar por momentos la envidia y frustración que les producía el abusivo despliegue de sinuosidades juveniles.
Las aspirantes se sometieron con resignación a todas las pruebas que les indicaron y cuando llegó el momento de la verdad, aceptaron con hidalguía la decisión del supremo, sin jactarse mucho de su victoria las triunfadoras y sin dejar traslucir demasiado su decepción las perdedoras, como verdaderas damas.
Me fui del lugar tarde, cuando estaban cerrando y ya apagaban las luces y mientras esperaba en la calle a que me viniesen a recoger, salió una última muchacha, rezagada y sola, con un pequeño bolso con su ropa de desfile, a esperar a que también la pasasen a buscar. Vino por ella un hombre maduro de aspecto floreciente en un coche caro, que quiero creer que era el padre. Sentí algo de pena al pensar en la desilusión que tendría la pobre chica, pero confieso que sólo por un momento, nada más.