Quedan ya pocas horas para el cambio del año y a media tarde ya son pocos los comercios que aún permanecen abiertos. Los rezagados deberán apurarse a comprar lo necesario ¡rápido que ya cierra el último!¡Feliz Año Nuevo!
El mercado de camellos de Pushkar daría tema como para hacer un blog aparte. Viviendo y trabajando en donde vivo y trabajo, el Uruguay, las posibilidades de publicar todo ese material son muy escasas, al menos por ahora. Pero no importa, me basta con tenerlas ahí, a mano, volverlas a ver de tanto en tanto y revivir esos momentos que parecen pertenecer -y quizás sea así, nomás- más que a un pasado remoto, a una vida anterior.
En 2002 estuve en el poblado sagrado de Pushkar, en el noroeste de la India, durante el mercado anual de camellos, el mayor del mundo (ya hay una entrada sobre el mismo aqui).
Me acerqué a fotografiarlos en puntas de pie, cosa de no despertarlos: estaban dormidos plácidamente en un banco junto a la calle, ajenos al tránsito, ligero a esa hora y en esta fecha del año.
Fue en la penumbrosa (sí, existe esa palabra) sala de exvotos de la iglesia de Congonhas do Campo, en el estado de Minas Gerais, en Brasil, famosa por sus esculturas del Alejaidinho. No se veía gran cosa, excepto por la estrecha zona iluminada por una franja de luz que penetraba a través de un ventanuco y que se desplazaba muy lentamente con el movimiento del sol. La luz iba descubriendo infinidad de imágenes y otros objetos dejados por fieles como manifestación de agradecimiento, cada uno con su historia, importante para el o los protagonistas, per0 banales para los demás, historias condenadas desde el inicio a un implacable olvido.
Podemos asegurar que la primera fase de la Operación "Fiestas de Fin de Año" ha concluido con éxito. Ayer por la tarde aún podían detectarse señales claras del duro enfrentamiento sostenido en la noche anterior, repartidas por diferentes lugares de la ciudad.
Ayer me tocó trabajar hasta media tarde, la agencia no para ningún día al año, lo nuestro es vocacional, dejando de lado el detalle de que no hay más remedio.
Anoche me desperté en medio de la madrugada con la sensación de haber resuelto un misterio aparentemente ineluctable y creo haberlo hecho, al menos parcialmente.
Ayer mismo, poco después de hacer mi entrada referida a los diferentes trabajos a los que puede haber sido condenado uno por faltas cometidas en otras vidas -según los reencarnacionistas, naturalmente- ocurrió algo que me dejó pensando respecto a las bondades del mío. Estábamos en la redacción, como siempre, enfrascados en nuestra lucha cotidiana para informar acerca de acontecimientos relevantes -como los affairs amorosos de Tiger Woods, por ejemplo- cuando mi cámara, siempre lista como el Colt Frontier de un pistolero, captó a ese personaje misterioso surgiendo de las profundidades. No sé quién pudiera ser, quizás un djinn o un maligno gremlin de esos que se solazan estropeándonos el trabajo, pero queda claro que no es posible trabajar confiados en un ambiente como ése, donde todo puede pasar en cualquier momento.
Me tocó estar de guardia en la agencia durante las fiestas, nosotros siempre estamos atentos al avance de las hordas de la desinformación.
El sol continúa jugando al escondite con los montevideanos. Hoy ha vuelto a salir a provocarnos y brilla en el cielo con total descaro, como si no hubiese pasado nada. Pero no, aún estamos resentidos y le guardamos rencor, de aquí en adelante tendrá que enmendar la plana si quiere recuperar nuestra confianza.
Ya no llueve y la temperatura ha descendido algunos grados, lo suficiente para que se sienta más agradable.
Contrariamente a mis aventuradas predicciones/deseos de los últimos días, el tiempo no se ha estabilizado y llueve copiosamente, aunque sin hacer descender la temperatura, que sí parece haberse tomado lo del verano en serio y continúa muy elevada.
Está alli abajo, escondido, como al acecho de los peatones que circulan desaprensivos por la vereda, ocupados en sus compras navideñas o de camino al trabajo.
Hacía calor y al salir de la agencia decidí volver por la rambla, en vez de hacerlo, como siempre, por 18 de Julio. Había bastante gente, entre los cuales descubrí a este pobre hombre. Estaba "crucificado" al césped de la plazoleta, parecía dormido, cuando abriese los ojos, lo primero que vería sería el intenso azul del cielo. Por si fuera poco, se escuchaba el rumor de las olas golpeando contra los murallones cercanos, una verdadera pesadilla.
En Marruecos ya había encontrado una imagen similar, esta vez con el hombre situado horizontalmente, como acostado, mientras la mujer velada, al fondo, camina cargando un bolso. Al igual que Malaysia, Marruecos es un país musulmán, pero en el que las mujeres suelen hacer buena parte del trabajo -si no todo- mientras los hombres descansan o charlan animadamente en los cafés bebiendo té a la menta. La Dolce vita, estilo bereber.
Antes de partir por primera vez hacia Malaysia, una de las cosas que hice fue releer un libro de Emilio Salgari que de niño había inundado mi imaginación con imágenes exóticas: Los tigres de la Malasia.

La necesidad de tener a alguien que saque las castañas de los otros del fuego se ha generalizado últimamente. Esta propaganda del Guerrero de Luz lo confirma, así como demuestra lo variopinta que puede llegar a ser la oferta de esos imprescindibles personajes. Como el lugar adonde tomé la foto está junto al puerto, es natural que este superhéroe en particular sea un modelo de importación.

Había ido a retratar al pintor y escultor Hugo Nantes a su taller en San José, y en su garage-depósito me topé con esta amigable reunión que me hizo pensar en la frase de Lautréamont que habla del "encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección", frase recuperada por los surrealistas para ejemplificar su concepción estética. ¡El Surrealismo vive y lucha!
En 1998 viajaba por Egipto y fui a visitar Alejandría durante algunos días. Iba tras las huellas de los romanos, de Cleopatra y de la legendaria (e ígnea) Biblioteca, pero también tras los pasos del poeta Kavafis, de Forster y, por sobre todo, de la mítica ciudad inventada por Durrell en su famoso cuarteto.
Mi relación personal con el mar es de larga data y tiene tanto que ver con el hecho de haber nacido y crecido en una ciudad marítima -si es que puede llamársele mar a la enorme extensión del Río de la Plata- como con las lecturas que desde muy niño me familiarizaron con aventuras y epopeyas marinas y nutrieron mi imaginación; también somos un poco todos los libros que hemos leído.
Al caminar por la orilla del agua sobre conchas de mejillones, caparazones de cangrejos y otros restos marinos, el suelo crujía bajo nuestros pies. Estaba nublado y el mar parecía un plato. Me sorprendí tarareando una tonada y no fue sino unos momentos después que la reconocí: era la banda sonora de una película alemana de submarinos que vi en mi infancia, "El tiburón y los pequeños peces", cincuenta años hacia atrás. La letra de la canción repetía un estribillo que decía que "el mar es eterno".
Habíamos estado recorriendo la playa casi vacía a causa del persistente y fastidioso viento, y de pronto nos extraviamos. Comenzamos a buscar una salida de ese mundo salvaje de arena, mar y pájaros ruidosos posiblemente escapados de la película de Hitchcock y por fin nos encontramos con esos pajonales. Tras éstos divisamos lo que parecía ser un conjunto de ruinas de tiempos inmemoriales, uno de cuyos muros exteriores lucía una suerte de pintura rupestre, muy desvaída, pero que tras un esfuerzo reconocimos como una propaganda de Pepsi, muy maltratada por el viento y la arena.
El balneario redobla esfuerzos para acelerar la llegada del verano, ya con cierto retraso, y todos sus integrantes tratan de dar lo mejor de sí para ello. El cielo le reitera el pedido a las nubes para que se vayan a otra parte y permitan que el sol brille orgulloso, como bien sabe hacerlo por esta época; la playa exhibe toda su seducción para atraer a los bañistas hacia su socio estrella, el mar, que ya ha entibiado sus aguas lo suficiente para acogernos sin sobresaltos. La rambla está siendo reparada y pintada aceleradamente para poder lucir su mejor sonrisa cuando lleguen los veraneantes.
Ayer, poco después de llegar a Piriápolis para descansar unos días, retornábamos por la rambla tras hacer las compras para la semana, cuando noté que la luz del atardecer tenía una tonalidad particularmente melancólica, mezcla de la amarillenta iluminación de los focos del alumbrado y del azul-cian del cielo tormentoso. Hacía calor, pero como recién estamos al inicio de diciembre, la playa estaba prácticamente vacía.
Cuando no existe la tolerancia los altercados se producen con mayor facilidad, y no solamente por problemas personales o raciales, sino hasta inter-especies, como en este caso. Pasé cuando ya estaban discutiendo el cebú grandote y ese perrito pequeño, pero prepotente, más que un can, un verdadero gallito, me imagino que por algún problema relacionado con el tráfico, que como todos saben sin necesidad de que se los diga, en la India es verdaderamente caótico.