Como era muy olvidadizo casi se le pasa, había quedado en encontrarse con Platón en el ágora para charlar de bueyes perdidos. Una rápida ojeada a la clepsidra le dio a entender que se le había hecho tarde, pero por suerte ahora los atenienses disponían de esas estupendas bicicletas naranjas para desplazarse sin contaminar las calles y en un ratito, si pedaleaba con energía, podría llegar a tiempo.