Fue un domingo por la mañana, día de mercado en la población indígena de Pisac, en el Valle del Urubamba, en Perú. Como otros tantos campesinos, habían venido temprano a vender algún puñadito de papas o marlos para regresar con algo de aceite para cocinar, kerosene para el farol o incluso pilas para la radio. La madre y sus dos hijas -cada vez más parecidas entre sí en lo físico y en sus destinos a medida que pasaba el tiempo- caminaban de prisa por las calles pedregosas, quizás tuviesen aún una larga marcha por delante.